Camino a Carabobo| 24JUNIO1821| Pedro Camejo "hombre de gran valor y muy buena lanza"


Las impresiones sobre el libertador de origen esclavo, fueron recogidas por el G/ José Antonio Páez, primer biógrafo del Teniente quien rindió su vida en el Campo de Carabobo
Pedro Camejo, el centauro llanero, luchó en el Ejército de Apure con su llama de libertad encendida

Prensa MPP- Despacho (Ricardo Antequera/ 24.06.21) El 24 de junio de 1821 durante las acciones de la Batalla de Carabobo rinde su vida en el campo de la gloria el teniente Pedro Camejo, conocido como el Negro Primero, y considerado por el general Páez como "un hombre de gran valor y muy buena lanza".

Camejo cayó en el combate, guiando a los soldados de su regimiento de caballería, en medio de las descargas de fuego de la infantería y artillería española. Una herida de bala en el pecho apagó la vida del centauro que siempre mantuvo encendida la llama de la libertad.

El general Páez en sus memorias, prácticamente se convirtió en el primer biógrafo de Pedro Camejo, recopilando las impresiones sobre este libertador de origen esclavo, que luchó bajo sus órdenes en el Ejército de Apure. Cuando se refiere a los oficiales de su Estado Mayor que murieron en la Batalla de Carabobo, Páez nos relata lo siguiente:

"Entre todos con más cariño recuerdo a Camejo, generalmente conocido entonces con el sobrenombre de "El Negro Primero", esclavo un tiempo, que tuvo mucha parte en algunos de los hechos que he referido en el trascurso de esta narración".

Cuando yo bajé a Achaguas después de la acción del Yagual, se me presentó este negro, que mis soldados de Apure me aconsejaron incorporase al ejército, pues les constaba a ellos que era hombre de gran valor y sobre todo muy buena lanza. Su robusta constitución me lo recomienda mucho, y a poco de hablar con él, advertí que poseía la candidez del hombre en su estado primitivo y uno de esos caracteres simpáticos que se atraen bien pronto el afecto de los que lo tratan. Llamábase Pedro Camejo y había sido esclavo del propietario vecino de Apure, Don Vicente Alfonso, quien le había puesto al servicio del rey porque el carácter del negro, sobrado celoso de su dignidad, le inspiraba algunos temores.

Después de Araure vino Apure

Después de la acción de Araure quedó tan disgustado del servicio militar que se fue al Apure, y allí permaneció oculto algún tiempo hasta que vino a presentárseme, como he dicho, después de la función del Yagual.

Admitiíle en mis filas y siempre a mi lado fue para mí preciosa adquisición. Tales pruebas de valor dio en todos los reñidos encuentros que tuvimos con el enemigo, que sus mismos compañeros le dieron el título de El Negro Primero. Estos se divertían mucho con él, y sus chistes naturales y observaciones sobre todos los hechos que veía o había presenciado, mantenían la alegría de sus compañeros que siempre le buscaban para darle materia de conversación.

Sabiendo que Bolívar debía venir a reunirse conmigo en el Apure, recomendó a todos muy vivamente que no fueran a decirle al Libertador que él había servido en el ejército realista. Semejante recomendación bastó para que a su llegada le hablaran a Bolívar del negro, con gran entusiasmo, refiriéndole el empeño que tenía en que no supiera que él había estado al servicio del rey.

Así, pues, cuando Bolívar le vio por primera vez, se le acercó con mucho afecto, y después de congratularse con él por su valor le dijo:

-¿Por qué le movió a V. servir en las filas de nuestros enemigos?

Miró el negro a los circundantes como si quisiera enrostrarles la indiscreción que habían cometido, y dijo después:

-Señor, la codicia.

-¿Cómo así? Preguntó Bolívar.

-Yo había notado, continuó el negro, que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con un uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo. Entonces yo quise ir también a buscar fortuna y más que nada a conseguir tres aperos de plata, uno para el negro Mindola, otro para Juan Rafael y otro para mí. La primera batalla que tuvimos con los patriotas fue la de Araure: ellos tenían más de mil hombres, como yo se lo decía a mi compadre José Félix: nosotros teníamos mucha más gente y yo gritaba que me diesen cualquier arma con que pelear, porque yo estaba seguro de que nosotros íbamos a vencer. Cuando creí que se había acabado la pelea, me apeé de mi caballo y fui a quitarle una casaca muy bonita a un blanco que estaba tendido y muerto en el suelo. En ese momento vino el comandante gritando "A caballo". ¿Cómo es eso, dije yo, pues no se acabó esta guerra? ?Acabarse, nada de eso; venia tanta gente que parecía una zamurada.

-¿Qué decía V. entonces? Dijo Bolívar.

-Deseaba que fuéramos a tomar paces. No hubo más remedio que huir, y yo eché a correr en mi mula, pero el maldito animal se me cansó y tuve que coger monte a pie. El día siguiente yo y José Félix fuimos a un hato a ver si nos daban que comer; pero su dueño cuando supo que yo era de las tropas de Ñaña (Yáñez) me miró con tan malos ojos, que me pareció mejor huir e irme al Apure.

-Dicen, le interrumpió Bolívar, que allí mataba V. las vacas que no le pertenecían.

-Por supuesto, replicó, y si no ¿qué comía? En fin vino el mayordomo (así me llamaba a mí) al Apure, y nos enseñó lo que era la patria y que la diablocracia no era ninguna cosa mala, y desde entonces yo estoy sirviendo a los patriotas.

Conversaciones por este estilo, sostenidas en un lenguaje sui generis, divertían mucho a Bolívar, y en nuestras marchas El Negro Primero nos servía de gran distracción y entretenimiento.

Continuó a mi servicio, distinguiéndose siempre en todas las acciones más notables, y el lector habrá visto su nombre entre los héroes de las Queseras del Medio.

El día antes de Carabobo

El día antes de la batalla de Carabobo, que él decía iba ser la decisiva, arengó a sus compañeros imitando el lenguaje que me había oído usar en casos semejantes, y para infundirles valor y confianza les decía con el fervor de un musulmán, que las puertas del cielo se abrían a los patriotas que morían en el campo, pero se cerraba a los que dejaban de vivir huyendo delante del enemigo.

"El día de la batalla, a los primeros tiros, cayó herido mortalmente, y tal noticia produjo después un profundo dolor en todo el ejército. Bolívar cuando lo supo, la consideró como una desgracia y se lamentaba de que no le hubiese sido dado presentar en Caracas aquel hombre que llamaba sin igual en la sencillez, y sobre todo, admirable en el estilo peculiar en que expresaba sus ideas". (Autobiografía del general José Antonio Páez. Nueva York, Imprenta de Hallet y Breen, 1867, volumen I, páginas 213-216).

Pedro Camejo nació en San Juan de Payara, en los llanos de Apure, cerca del año de 1790, era esclavo de nacimiento y perteneció a un blanco llamado Vicente Alonso, quien lo entregó como soldado para integrar las tropas del rey.

Después del desastre de la Batalla de Araure, donde fue destruido el ejército español por Bolívar, Pedro Camejo huyó en dirección a los llanos de Apure y Barinas, permaneciendo oculto y merodeando, hasta que decidió ponerse a la orden del ejército que comandaba el catire Páez.

Su bizarría en el combate, cabalgando con arrojo lanza en mano, le valieron el apodo con el que lo conoce nuestra historia: Negro Primero. Ese mote permanece grabado en el puñal tarama de plata que portaba hasta el día en que ascendió al panteón de los héroes, en la inmortal Batalla de Carabobo, donde está marcado su nombre.

Camejo no se nombró así mismo Negro Primero, lo bautizaron sus compañeros de armas, cuando vieron que siempre era el primero en todas las cargas de la caballería patriota, poniéndole el pecho a las balas de la infantería y capando los lanzazos de los jinetes españoles.

Su ágil estilo de montar en el combate, y la fuerza aplicada por esa mole hercúlea empuñando la noble arma de la lanza, eran garantía de herida mortal en la humanidad enemiga alcanzada durante sus cargas a caballo.

Negro Primero acompañó al general Páez y sus valientes llaneros en todas las hazañas donde se distinguieron aquellos impertérritos centauros.

El Combate de Mucuritas, el 28 de enero de 1817, donde la caballería de Páez incendió la sabana para destruir en un círculo de fuego a la infantería enemiga.

La Toma de la Flecheras, el 6 de febrero de 1818, cuando la caballería cruzó a nado el Paso del Diamante del Río Apure, con la punta de la lanza mordida con los dientes, hasta capturar las lanchas flecheras españolas, para permitir el cruce del Ejército Libertador.

El pecho del Negro Primero recibió de manos del mismo Libertador Simón Bolívar la venera de la Orden de los Libertadores de Venezuela, impuesta en el mismo campo de la gloria, aquel 2 de abril de 1819 después de la faena en el Combate de las Queseras del Medio, donde se distinguieron 150 centauros republicanos al mando del taita José Antonio Páez en aquella maniobra realizada al grito de "Vuelvan Caras". Demostrando a la mejor infantería del mundo enviada con el general Pablo Morillo, que los llaneros venezolanos no temían al ejército vencedor de Napoleón en la Península Ibérica.

La última jornada

Finalmente acudió a su última jornada donde su bizarría le aseguró su ascenso a la inmortalidad. En la Batalla de Carabobo, la Primera División del Ejército al mando de Páez fue la gran unidad que inició el ataque sobre la formación española. Ejecutando una maniobra de desbordamiento sobre el flanco derecho enemigo, siendo estos efectivos los primeros en recibir la descarga de la infantería y la metralla de la artillería, después de rendir al Batallón Barbastro, en el avance de la caballería apureña, cayó mortalmente herido el Negro Primero víctima del nutrido fuego enemigo.

El historiador Eduardo Blanco reconstruyó de forma literaria los últimos momentos de vida de Pedro Camejo. Aunque la veracidad de su relato sea materia de discusión en la historiografía venezolana su narración formó parte de la construcción de nuestra nacionalidad desde el siglo XIX. En medio de la descarga del fuego enemigo el general Páez observa que se le aproxima Negro Primero cabalgando hacia su dirección.

"Páez le sale al encuentro, y apostrofando con dureza a aquel su antiguo emulo en bravura en cien reñidas lides, le grita amenazándole con un gesto terrible: ¡Tienes miedo!... ¿no quedan ya enemigos?... ¡vuelve y hazte matar!... Al oír aquella voz que resuena irritada, caballo y jinete se detienen: el primero, que ya no puede dar un paso más, dobla las piernas como para abatirse: el segundo, abre los ojos que resplandecen como ascuas y se yergue en la silla; luego arroja por tierra la ponderosa lanza, rompe con ambas manos el sangriento dormán, y poniendo a descubierto su desnudo pecho, donde sangran copiosamente dos profundas heridas, exclama balbuciente: Mi general... vengo a decirle adiós... porque estoy muerto. Y caballo y jinete ruedan sin vida sobre el revuelto polvo, a tiempo que la nube se rasga y deja ver nuestros llaneros vencedores, lanceando por la espalda a los escuadrones españoles que huyen despavoridos". (Eduardo Blanco. Venezuela heroica. Caracas, 2021, Colección Bicentenario Carabobo, p. 194-195).

Pedro Camejo y su ejemplo guerrero, simbolizan la lucha de aquel pueblo de origen africano reducido a la esclavitud, y de aquellos hombres mestizos y pardos, que entregaron su vida y con su esfuerzo forjaron nuestra nacionalidad en el glorioso campo de batalla.

Dedico estas líneas a mi amado hijo semilla del futuro de nuestra patria, hoy 24 de junio de 2021, a 200 años del sacrificio del Negro Primero en la Batalla de Carabobo, debemos mantener vivo el fuego sagrado de la libertad, para que el arder de su llama, sea la luz que ilumine la conciencia del pueblo venezolano, y de todos los pueblos de América que vieron cabalgar a nuestros libertadores en su lucha por la Independencia.

Foto: Detalle del óleo Venezuela recibiendo los símbolos de su escudo. Pedro Centeno Vallenilla. Colección Palacio Federal Legislativo


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